Pablo era un
niño solitario. Siempre se le veía corriendo por un bosque cercano al pueblo.
Le encantaba trepar por los árboles.
En su casa era
muy inquieto, nunca paraba de hacer cosas. Era un poco travieso. Pablo tenía
dificultades para expresarse:
-
Pablo,
hijo, ¿has corrido esta tarde por la colina?
-
¡Sí,
mamá! He ejtado poj el bojque y he vijto bonitaj maripojaj rojaj.
Pablo hablaba
con la “j”, pero su madre podía entenderlo porque las madres siempre entienden
a sus hijos.
En el pueblo
algunos niños murmuraban:
-¡Qué raro es!
-¡Y, además,
no se le entiende! Parece que tiene mariposas en la boca.
Todos reían. A
veces Pablo podía escucharlos y su corazón se sentía apenado.
La mamá de
pablo se preocupaba:
-Mi pequeñín
siempre está solo. Ojalá algún día conozca niños y niñas con quienes pueda
jugar y sonreir.
Pero lo que
nadie sabía es que Pablo tenía unos amigos especiales. Estos eran: la estrella
parlanchina, la nube voladora, y el búho dormilón. A través de ellos descubría
el mundo gracias a aventuras maravillosas.
-
…
en el fondo del océano hay tesoros perdidos y caballitos de mar – le confesaba la estrellita.
-
…
y existen océanos de arena donde casi nunca llueve – le decía la nube.
El rostro de
Pablo irradiaba alegría y la forma en que asentía con la cabeza indicaba que
sentía curiosidad.
Su amigo el
búho le preguntó:
-¿Qué te
ocurre con los niños?
- Creo que no
me entienden. Intento decir cosas pero en mi boca hay mariposas y me salen
palabras raras.
- ¿Y no te
ayudan a hablar bien? – El búho le
preguntaba.
- No. Se ríen de mi. Piensan que soy raro.
El búho se
puso serio y esto fue lo que le comentó:
-
Si
ellos supieran que sus risas te hacen sentir triste se esforzarían en ayudarte.
Es muy importante que los niños ayuden a otros niños.
Aquel año no
había llovido. Todos estaban preocupados. Las flores se secaban, la tierra era
árida y los ríos eran finos hilos de plata que pronto se evaporaban.
Una mañana,
Pablo corría feliz entre los árboles y de repente se encontró un grupo de niños
sentados en el suelo. Estaban tristes. Todos tenían miedo de que su maravilloso
pueblo se convirtiera en un océano de arena.
-
No oj preocupeij – gritó Pablo – yo oj ayudaré.
-
¿Por
qué nos vas a ayudar si siempre nos hemos reido de ti? – los niños hablaron al unísono.
-Tenemos que
ayudar a las personas que nos rodean. Una sonrisa es tan bonita como una
amapola, y si yo os ayudo y os hago sonreir el pueblo olerá a amapolas.
Pablo llamó a
la estrella parlanchina, a la nube voladora y el búho dormilón.
-
Necesito
vuestra ayuda – Pablo habló.
-
¿Qué
te ocurre? – le preguntaron.
-
Necesito
que llueva.
La estrella,
la nube y el búho hicieron un baile mágico y cantaron para que el cielo les
regalase un poco de agua. Y llovió. Llovió durante cinco días hasta que la
tierra recobró su belleza y los niños su sonrisa.
Desde
entonces, Pablo nunca estuvo solo y los niños le ayudaron a liberar las
mariposas de su boca para entenderle mejor.
Cuando ayudas
a tus compañeros, la tierra huele a amapolas.